Por Pablo Salinas
No me cabe duda que Tótila Albert es uno de los grandes escultores que ha producido este país. Nacido en Santiago en 1892, pertenece a la misma generación de otras señeras figuras de nuestra cultura, como Huidobro, De Rokha o Edwards Bello. Hijo de alemán avecindado en Chile, se forma artísticamente en Berlín; su obra, estilísticamente hablando, al igual que la de su maestro Franz Metzner, se hace difícil de encasillar. Se mantendrá siempre dentro de los márgenes de lo figurativo. En el último tramo de su vida creadora, sus formas irán ganando cada vez más simpleza y síntesis volumétrica, dejando atrás los ecos con mayor carga expresionista de sus inicios. Se diría que entonces sus obras adquirirán esa mordibez tan propia, tan característica, cuando el erotismo, que primó siempre como un eje en su producción, se internará en zonas mucho más místicas que puramente pasionales. Sus parejas de amantes parecerán ir progresivamente perdiendo su peso terrenal para entrelazarse en un abrazo volátil, etéreo, extático.