Florencia Smiths nació en San Antonio en 1976. Estudió Pedagogía en Castellano y Licenciatura en Educación en
la UPLA. Ha publicado El margen del cuerpo (Fuga, 2008), La ciudad No (Economías
de Guerra, 2009), La
velocidad de la caída (Ediciones Inubicalistas, 2015), Estética del tajo (Libros
del Pez Espiral, 2017). Hizo dos talleres literarios, con Malú Urriola
(2007) y Damaris Calderón (2014). Ha publicado además en
algunas antologías y asistido a encuentros como Chile-Poesía (2003 y 2008), Poquita
Fe (2004), Descentralización Poética
(2009), Conrimel (2010), Encuentro de poetas en el Valle de Lolol
(2016), entre otros.
* * * * *
Crecí
en Barrancas, en los blocks que entregó Allende, y que pertenecían al SERVIU
(Población Capitán Orella). Todo este tema lo tengo muy presente, precisamente
porque la infancia es uno de mis lugares predilectos, no sé qué tipo de lugar
es, tal vez un leit motiv, un locus amoenus o simplemente, un lugar
existencial donde siempre vuelvo; es un foco de mirada, un engranaje a veces,
una memoria resplandeciente. Algo así.
Es en la infancia donde se abre mi conciencia hacia mi realidad, mi contexto,
las instituciones, la dictadura, estudiar en dictadura, en provincia, en la
precariedad de la recesión del 82, o tal vez siempre estuvimos en recesión, no
lo sé. Intento decir que es en esa patria (la única patria posible, según
Rilke), en donde aparece esta fascinación, primero por las letras en sí, como
grafías o mapas del momento (hoy en día se llama Lettering, supe hace muy poco,
en el colegio, en los '80, se llamaba Caligrafía, tuve esa asignatura, una de
las experiencias más hermosas que pude haber tenido en el colegio). No sé,
sentía la necesidad de dibujar letras, recuerdo que dibujaba bastante, obsesiva
con los lápices, pero luego cuando llegaron las letras, y aprendí a leer de la
nada, por abulia de un mundo gris, no por mi familia, sino por el contexto, y
por otros temas biográficos, aprendí a leer sola y por lo tanto, a escribir.
Tenía 3 años.
Mi relación con la ciudad era acotada, esos
lugares que me marcaron para siempre (el mirador 21 de mayo, Paseo Bellamar,
Cartagena, las calles de Barrancas -Luis Hinojosa, Lautaro, Lluta de Villa Las
Dunas, entre otras-, aún subsisten tímidamente frente a un monstruo portuario
que cada vez más se va extendiendo y apropiando de nuestro cielo. El
departamento pequeño quedaba (queda) frente al puerto, frente al mar, no hubo
día de mi infancia que no viese la puesta de sol, el oleaje, el viento, la
lluvia, etc. Hoy sólo ves grúas y monstruos metálicos, ojalá no llegue el día
en que al sol de San Antonio le cuelguen una marca encima, o peor, el nombre de
una empresa. En fin, también recuerdo los ruidos, muy importantes, por ejemplo,
escuchar las sirenas de los barcos, las grúas pequeñas, las gaviotas
constantemente arriba de tu cabeza, es algo de lo que no puedes
aislarte.
El territorio se fue transformando, tal vez no demasiado en la ciudad, el mapa es el mismo, aunque sí las autoridades se han encargado de venderlo, de destruirlo, de despojarlo. Lo curioso es que ya no lo camino, o por lo menos no como antes, y no por las mismas calles, pero sigo habitando una ciudad secretamente infantil. Sigo buscando al sol y a sus formas cuando se extingue, sigo hipnotizada con el mar, esa masa enorme e inexplicable que tanto misterio y miedo me produjo siempre y aún, no sé si pueda vivir sin mar alguna vez.
El territorio se fue transformando, tal vez no demasiado en la ciudad, el mapa es el mismo, aunque sí las autoridades se han encargado de venderlo, de destruirlo, de despojarlo. Lo curioso es que ya no lo camino, o por lo menos no como antes, y no por las mismas calles, pero sigo habitando una ciudad secretamente infantil. Sigo buscando al sol y a sus formas cuando se extingue, sigo hipnotizada con el mar, esa masa enorme e inexplicable que tanto misterio y miedo me produjo siempre y aún, no sé si pueda vivir sin mar alguna vez.
Mi relación con esta ciudad permanece en crisis, me la sigo cuestionando, aunque debo confesar que desde que la comencé a escribir, la pude habitar con más amor, aceptación y admiración.
¿Cuánto queda hoy de ese lugar geográfico? Creo que la evidencia de esta farsa llamada progreso, grafica cada día más (por lo menos en mi memoria), lo que fue esta ciudad y lo que ha llegado a ser hoy.
Cuando
entendí que el territorio geopolítico terminaba en mi propio territorio
(cuerpo), es decir, era una especie de extensión del mapa territorial, porque
la relación de mi cuerpo con otras u otros individuos está signado por el
lenguaje, y al momento de registrar esta experiencia a través de la poesía -por
supuesto- y a medida que voy creciendo y desarrollándome en ello (llevo muchos
años escribiendo, desde los 16 más "conscientemente"), fui
entendiendo esto. Pero en realidad es algo que se da sin mucha lucidez, si se
quiere, es un proceso que se va dando con las lecturas, el ejercicio de
escribir, de observar tu ciudad, de habitarla. Bueno, me carga citar autores
porque no soy una intelectual, pero ciertas lecturas de Helene Cixous y todas esas
aguas de teorías del cuerpo, de la cartografía del deseo, me hicieron adquirir
este aprendizaje que finalmente se vuelca en la escritura.
Otra cosa
muy importante es que no vivo en una ciudad con calidad de vida, ni cultural ni
social, es una ciudad difícil de habitar, en donde los intereses del progreso
(empresas) siempre van en contra de los habitantes.
Es difícil que desde
ese abandono no surja un discurso poético, es muy difícil que no aparezca, si
uno escribe desde su experiencia, como un ejercicio también de
autoconocimiento, de reconstrucción o simplemente de subsistencia.
Para leer poemas de Florencia Smiths, pinchar aquí.
2 comentarios:
Es una muy buena noticia que este blog retome sus publicaciones, y que además lo haga con este texto de cultura tan interesante.
Nice
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