domingo, 12 de noviembre de 2017

El porqué todo algarrobino exige el fin de la concesión a la Cofradía y que la Isla vuelva a ser Isla


Por Pablo Salinas

Contrariamente a lo que algunos, o quizá la mayoría, crean, hace 40 años en Chile asuntos como la conciencia ambiental y la defensa del patrimonio natural -hoy relativamente en boga- ya existían, y formaban parte de la agenda intelectual y valórica de no pocos ciudadanos. Se podría decir incluso, que, con figuras como Juan Grau y Godofredo Stutzin plenamente activas, existía cierta trama institucional incipiente en materias de conservación y ambientalismo. La información circulante era menor a la que puede haber ahora, y el acceso a esta mucho menos expedito, pero los criterios esenciales sobre la materia ya habían alcanzado cierto grado de penetración en la sociedad.

El mejor ejemplo de esto es lo que pasó en 1977 en Algarrobo, cuando en plena dictadura, uno de estos pioneros, el doctor Grau, logró instalar el caso de un islote poblado de pingüinos, amenazado por la construcción de un club de yates, en la primera plana de diarios y noticiarios. En una época donde la libertad de expresión figuraba en la última fila entre los derechos civiles, un simple vecino tuvo la en más de un punto osada iniciativa de alertar públicamente respecto a un ambicioso proyecto náutico auspiciado por figuras encumbradas en lo más alto del escalafón de la Armada, entre estas, nada menos que el almirante Merino. Contra todo pronóstico, su iniciativa no solo prosperó, sino que alcanzó un nivel importante de adhesión a nivel nacional, provocando más de un temporal inconveniente en el avance hasta entonces avasallador del proyecto.

Toda mi vida he estado vinculado a Algarrobo. Hasta los veinte años como fiel veraneante; luego, como residente permanente. Tenía siete años cuando la isla, nuestra isla, sucumbió ante las tronaduras de las rocas megalíticas de la puntilla y fue capturada por este enorme brazo para acunar yates. Aún así, pese a lo niño, todavía guardo el recuerdo de la isla emancipada del continente: esa visión mágica de esa silueta de piedra, tierra y un manchón de frondosa vegetación, en la que, desde el fin de la puntilla, se podían distinguir algunas de las numerosas especies de aves que la habitaban, protegidas, entonces, por un brazo de mar de un centenar de metros que las mantenían a resguardo de cualquier invasor terrestre. Cualquiera que hubiera visto lo que yo vi, estoy seguro que tampoco olvidaría esa imagen de ensueño.

El enorme mérito del doctor Grau fue lograr sensibilizar a todo un país con una causa a la que, sin su intervención como auténtico ecologista, pocos habrían prestado mayor atención. Y, de paso, poner en valor las virtudes naturales de un enclave único, el Islote Pájaro Niño. Pese a la hostilidad del contexto, la gente enganchó en gran número con la causa porque sintonizó con las premisas básicas: ¿por qué una rica colonia de animales y aves tiene que verse amenazada en su hábitat por una decisión antojada que toman los humanos? ¿Por qué una colonia de una especie de pingüinos que viven solo en las costas de Perú y Chile, de la noche a la mañana tienen que recibir la presencia de vecinos indeseables y ver dramáticamente modificadas las condiciones de su hábitat, donde anidan y viven desde hace cientos de años? ¿Es justo? ¿Es justo que el hombre tome unilateralmente decisiones que pongan en riesgo la supervivencia de otras criaturas? El régimen que gobernaba los hilos de este país estaba acostumbrado a atropellos mucho mayores. La discusión se alargó solo algunos meses. El proyecto patrocinado por la elite dirigente obtuvo luz verde. Pese a que se presentó la solución donde el molo de abrigo para los yates no llegaba hasta la isla, de manera de dejar un canal de separación de algunos metros, al final se optó por la peor y más invasiva de las soluciones, la de la conexión completa.

Así, la Cofradía Náutica del Pacífico se funda sobre un acto de matonaje intrínseco. Los argumentos del doctor Grau cobran hoy una contundencia irrefutable. "Yates contra Pingüinos" nombró su cruzada. La disminución del orden de un 90% de la población de la especie más emblemática del islote, el pingüino de Humboldt, en los últimos 40 años, sirve de severo tapabocas a todas aquellas voces que relativizaban la envergadura de la amenaza. Pero, al parecer, el gen de prepotencia fundacional del embarcadero siguió operando en el comportamiento de los indeseados vecinos. No conformes con que la isla se viera invadida por amenazas animales, como roedores y perros, antes inexistentes, decidieron aplicar un plan de destrucción deliberada y sistemática de especies, ordenando a empleados contratados para desempeñar labores propias de la de un club náutico, a invadir ellos mismos el islote para destruir huevos y aves. Poco importó que, en 1978, junto con el visado definitivo para la construcción del enorme molo de piedra, se declarara a la isla Santuario de la Naturaleza. Lo más notable es que todo esto no tiene nada que ver con el espíritu del auténtico hombre de mar, del auténtico deportista náutico, el cual siente una profunda conexión y aprecio por todo lo que engloba el entorno marino en su totalidad. Reducir un rico reducto de vida silvestre a mero refuerzo para la protección de yates, como consideró desde el minuto uno la directiva de la Cofradía a la isla, no puede producir entre verdaderos deportistas sino escozor, molestia, franca incomodidad.

Aún hoy, algunos vecinos quizá con un vínculo más bien breve con nuestra comuna, si bien comprometidos con el quehacer local, todavía no logran captar la real magnitud del atropello hecho sobre el alma de este pueblo por la institución que en principio estaba llamada a convertirse en la capital por excelencia de los deportes náuticos a nivel nacional (y no la mera fábrica de medallistas a la que se ve confinada hoy en día). Pero todo algarrobino con algo de sangre en las venas esto lo tiene muy claro y no lo olvida. 

Y tampoco lo dejará pasar.

1 comentario:

Martín B. dijo...

Es justo lo que expresa el autor, interpreta el sentir de muchos. La Cofradía se fundó sobre una gran injusticia que no puede seguir prolongándose.